4. Nadie Puede Nombrar
El Día En Que Una Simia
Alumbró A Una Humana




            Es curioso, porque aunque sabemos que las fronteras entre lo humano y lo animal no existen, y que no hay edades definidas en la evolución, donde no hay una delimitación clara entre especies se genera una sensación de miedo. Las criaturas quiméricas, de naturaleza no concluyente o que escapan a nuestro entendimiento han sido un interés recurrente en la práctica de Maximiliano Ruelas. Habiendo recibido una formación en textiles en Italia, revisita el entramado de narrativas del Bajo Medievo y el Renacimiento —que por medio de la exportación forzada dan forma a nuestro presente—, aplicando procesos de confección a ejercicios escultóricos penetrables. 


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Su instalación subraya en la vida festiva popular de estos periodos, el Carnaval, como un dispositivo para concebir un cuerpo colectivo osificado en figuras dionisíacas. Desde el pensamiento bajtiniano, el cuerpo grotesco es la encarnación humana del carnaval por su falta de disciplina, su naturaleza abierta y dinámica, caracterizado por la presencia de orificios, fluidos y mezcla de elementos corporales.



Calibán es descrito en La Tempestad como un ser con sangre caliente, aletas de pez como brazos y piernas como un hombre. Sufriendo la misma suerte que las sirenas divisadas por Colón y los centauros vistos por el ojo lego —que se dice eran manatíes y jinetes montando a caballo respectivamente—, el personaje es identificado como un ternero lunar, un monstruo, un demonio y un esclavo. Desde su publicación en 1611, fungió como arquetipo del sujeto colonizado bajo connotaciones profundamente raciales: es indómito, festivo, violento y lascivo. De ahí que Ruelas tome sus títulos de la versión de Aimé Césaire, una adaptacion para un teatro negro que revisa estas cualidades desde la perspectiva latinoamericana.

A contrapelo del cuerpo clásico, terminado y sellado en sí mismo, las esculturas se encuentran en un constante estado de devenir. Tratados con la solemnidad de los festivales y las ferias, los materiales contaminantes evocan un encuentro con nuestro cuerpo global, un segundo cuerpo físico que experimentamos por medio de nuestra huella ambiental. Deshilando la noción de hombre universal del canon clásico, la instalación revela la forma del cuerpo ideal, que del latín universitas, refiere a un número de personas asociadas en un solo cuerpo: una corporación.

—Maya Renée Escárcega



            It’s curious—though we know that the boundaries between human and animal don’t truly exist, and that there are no fixed ages in evolution—where species blur and there are no clear lines, a sense of fear emerges.
Chimeric creatures, inconclusive in nature or beyond our understanding, have been a recurring interest in Maximiliano Ruelas’ practice.

Having received training in textiles in Italy, he revisits the woven narratives of the Late Middle Ages and the Renaissance—periods that, through forced exportation, shape our present—applying garment-making processes to penetrable sculptural exercises.

His installation highlights the festive life of these periods, particularly Carnival, as a device for conceiving a collective body ossified in Dionysian figures. From a Bakhtinian perspective, the grotesque body is the human embodiment of Carnival: undisciplined, open, and dynamic, characterized by the presence of orifices, fluids, and the mixture of bodily elements.

Caliban is described in The Tempest as a being with warm blood, fish fins for arms, and legs like a man. Suffering the same fate as the sirens spotted by Columbus and the centaurs seen by untrained eyes—said to have been manatees and horsemen on horseback, respectively—the character is identified as a moon-calf, a monster, a demon, and a slave. Since its publication in 1611, he has served as an archetype of the colonized subject, under deeply racialized connotations: untamed, festive, violent, and lascivious.

This is why Ruelas draws his titles from Aimé Césaire’s version—an adaptation for Black theatre that revisits these qualities from a Latin American perspective.

In contrast to the classical body—complete and self-contained—the sculptures exist in a constant state of becoming. Treated with the solemnity of festivals and fairs, the polluting materials evoke a confrontation with our global body—a second physical body we experience through our environmental footprint.

Unraveling the notion of the universal man from the classical canon, the installation reveals the shape of the ideal body, which, from the Latin universitas, refers to a number of people joined in a single body: a corporation."**

—Maya Renée Escárcega
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